viernes, 13 de marzo de 2020

PARAR EL VIRUS NEOLIBERAL




Algunos amigos me llaman para decirme que en estos días se acuerdan de mi libro La próxima Edad Media. Yo les digo que lo de ahora no es nada comparado con lo que sucedería en una auténtica Edad Media, pero que contiene elementos para imaginar algunas de las cosas que sucederían y, sobre todo, para repensar los fundamentos tóxicos de nuestro modo de civilización.  
La expansión del patógeno coronado que ahora nos asusta tendrá sin duda un alto coste social y económico, pero no teman, terminará controlándose… aunque debería servirnos para a revisar los insalubres fundamentos sobre los que se sustenta nuestra vida civilizada.
Los grandes avances técnicos y científicos nos han hecho creer que estamos ya por encima de de la naturaleza; que podemos agredirla, estrujarla y zarandearla sin que responda; que nuestra rutilante civilización está ya inmunizada frente a las grandes catástrofes y calamidades; que puede tener altibajos y resentirse, pero no arruinarse. La actual pandemia ha sembrado la incertidumbre en el Mar de la Tranquilidad neoliberal. El pequeño virus nos ha sacado del ensueño para poner evidencia lo vulnerables que somos y una población temerosa recupera miedos atávicos. El sol y el cielo son los de siempre, pero salimos a la calle y la atmósfera nos parece ominosa, electrificada de amenazas a punto de descargar.
Descubrimos que somos muy frágiles, y deberíamos percibir también lo frágil que es esa prótesis que llamamos civilización. “Ya no somos salvajes; somos civilizados”. Ah, pero estos estos días vemos hordas de civilizados traspasando la frontera de la barbarie y saqueando supermercados. La piel de la civilización nos protege de nuestros instintos más peligrosos, de nuestro bárbaro interior…, igual que la piel de nuestro cuerpo nos defiende de las agresiones externas, pero es también muy delgada. Si en estas circunstancias, sin un problema real de desabastecimiento, nos comportamos así, ¿imaginan lo que sucedería si algún día llegara a cortarse de verdad el abastecimiento a las ciudades? No es una hipótesis descabellada; podría suceder: muchos de los recursos que alimentan nuestra tóxica forma de vida no son renovables y llegaríamos al colapso si no cambiamos el modelo. Entonces, ¿cuánto tardaríamos en convertirnos en lobos de Hobbes?
Si queremos que la piel de la civilización nos siga protegiendo (no me refiero a esta piel enferma, sino al conjunto de conocimientos y habilidades positivos que nuestra especie ha ido adquiriendo a lo largo del tiempo para lidiar mejor con el azar), deberíamos aprender de las actuales circunstancias para hacer algunas reformas. Las medidas excepcionales que se están adoptando para minimizar la crisis sanitaria habrían sido impensables hace unos pocos meses. Esto demuestra que, si una sociedad entera se lo propusiera también podría afrontar su problema existencial de sostenibilidad. Cuando para afrontar un problema de salud se está parando la maquinaria productiva hasta el punto que lo ha hecho, con un coste económico que antes habría parecido inasumible, ¿no podríamos ser también capaces de adaptarla a una forma de vida más humana y más acorde con los recursos disponibles? No son dos asuntos diferentes: deberíamos hacerlo si queremos evitar la verdadera Edad Media, que algunos han evocado estos días.
La actual crisis ha puesto de manifiesto que solo actuando como sociedad podemos resolver los grandes problemas. Por unos días, las políticas de interés social parecen imponerse a los dogmas y a la mano invisible del mercado, y nos damos cuenta de la importancia de contar con esos medios colectivos que el neoliberalismo se empeña denodadamente en erosionar porque le restan unos bocados de negocio. Si actuáramos como seres racionales, deberíamos salir de esta crisis con una sociedad reforzada frente a los piratas, frente a la infección del mortífero virus neoliberal.
No es este el lugar de explicar que la única solución para sanear el organismo colectivo y hacer un mundo viable pasa por una economía decrecentista, al servicio de las necesidades humanas universales y a la escala y en la medida que lo permitan los recursos disponibles. Es evidente que esto requiere una transformación de tal envergadura que no puede hacerse sin una confabulación universal de las voluntades. ¡Una utopía!, pero por una vez, sin que sirva de precedente, haré un esfuerzo de voluntarismo para apearme de mi natural escéptico: lo que vemos estos días demuestra que lo imposible es posible; pero, repito, deberíamos actuar, ay, como seres racionales. En fin, ojalá que la actual crisis sirviera para espabilarnos y que nos atreviéramos a adoptar, como ahora para combatir el virus, las medidas necesarias para organizar nuestra vida civilizada sobre una base más firme y más humana. Pero ya una vez se dijo eso de refundar el capitalismo. ¿Racionalidad? Me temo que una vez pasada la tormenta, volveremos a desterrar lo que pudo ser al reino de Utopía. 


6 comentarios:

  1. Totalmente de acuerdo hermano, muy oportuno y muy bien expresado. Gracias

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  2. Tengo dudas razonables si no es un hecho fortuito.

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  3. Tengo dudas razonables si no es un hecho fortuito.

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    1. ¿A qué te refieres? ¿A que lo que está pasando ha sido provocado o una respuesta de la naturaleza a nuestras malas prácticas?

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  4. José David las anteriores epidemias y pandemias, así como las guerras, algunas no muy lejanas en tiempo con un importante número de muertos no parece que sirvieran para cambiar la mentalidad de la gente... es el sino de la humanidad

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