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Queridos lectores y curiosos:
Un saludo desde la primera página de este cuaderno. Lo abro con la idea de opinar sobre todo lo humano; iba a decir que lo divino se lo dejo a otros, pero en realidad es algo demasiado humano para desatenderlo y estoy seguro de que también me dará motivos para más de un comentario.
La página principal será un cajón de sastre, pero supongo que aflorarán de manera especial algunas de mis obsesiones e inquietudes:
Será una tribuna para discutir sobre esta crisis que no acaba y es más que una crisis; sobre la imposibilidad de prolongar el actual sistema económico y el entramado de poder que lo sustenta. Me he ocupado de ello en dos libros: "La próxima Edad Media" y "Entre el fracaso y la utopía. Los próximos veinte años". Sigo pensando que la próxima edad media es de verdad una amenaza muy próxima, que apenas queda margen para la corrección, que corremos cada vez más deprisa hacia ella y que los próximos veinte años serán críticos.
Además, me fascina la ciencia: creo que es una de las grandes aventuras de la humanidad y un privilegio poder vivirla de cerca. El conocimiento científico cambia nuestra mirada y, en consecuencia, tiene un gran poder para transformar nuestra actitud ante la vida y nuestras propias vidas. Estaré atento a las noticias, a los eventos y retos científicos que me parezcan especialmente significativos y a los dilemas a los que nos enfrenta y en torno a ellos tejeré mis reflexiones sobre filosofía, sociología y ética de la ciencia.
He creado una página específica, MIS LIBROS, como escaparate de mis publicaciones. Tengo una deuda conmigo mismo: Hasta ahora, mis libros se han publicado y se han encontrado a la intemperie, sin asistencia, sin que me ocupara de su difusión. Ahora intentaré saldar la deuda. Quiero creer –pero puede ser presunción de padre– que todos ellos tienen interés y mantienen su actualidad.  
            ¿Por qué El ciempiés Cojo? El título está inspirado en el siguiente diálogo de mi novela "El archivo de Göttingen":

“—La cultura es una prótesis. Nos ayuda a caminar por una realidad llena de accidentes y de dimensiones inesperadas que interfieren azarosamente en nuestras vidas. Con ella, las trampas se convierten en oportunidades. Ahora somos ciempiés capaces de  explorar nuevos mundos.
Y yo me adelanto a los escolios:
—¿Pero…?
—¿Que cuál es el problema? Los zapatos chinos —responde enigmáticamente.
—Déjate de acertijos —le contesto, pero él lo explica y no bromea:
—A veces, tal vez con demasiada frecuencia, la cultura también nos limita, cuando está mal orientada. Entonces nos convierte en ciempiés con zapatos chinos, como esas cortesanas imperiales a las que desde niñas les comprimían los pies para que no crecieran, por una absurda moda estética. Y cuantos más pies, más cojos. La vía cultural está repleta de aberraciones. En cada época se consideran normales –y se aceptan sin rechistar– tradiciones, comportamientos y situaciones horribles, y nos escandalizaríamos a poco que fuéramos capaces de sacar la cabeza de la concha y nos viéramos desde fuera, deformados y tullidos.   
 Yo asiento, y añado que la doble cara de la cultura deriva de la plasticidad de la naturaleza humana. La cultura es ambigua porque es nuestro primitivo centro de mando biológico el que la activa. Y le señalo un juguete que tengo sobre la mesa, un curioso transformer japonés, un vehículo que se rearticula hasta convertirse en una especie de robot, y dentro, tras una ventana transparente que tiene en el pecho, se aprecia una minúscula figura humana que supuestamente lo maneja; un conductor de maquinaria pesada.
—Es el homúnculo el que lo dirige todo —asevero dramáticamente, señalando al ridículo ser perdido entre los músculos metálicos de la bestia.”

El ciempiés cojo (el ciempiés con zapatos chinos) es una metáfora de las limitaciones con las que los humanos nos movemos en el mundo. La cultura, como la propia naturaleza a la que suplementa, también condiciona nuestra mirada. Sin embargo, el uso del intelecto y sus frutos más refinados (la filosofía y la ciencia) y el propio ejercicio de la razonabilidad –la capacidad de argumentación, de juicio o de discernimiento -Véase S. Toulmin: Regreso a la razón—) nos hacen conscientes de nuestras limitaciones, y nos capacitan para ir superándolas en alguna medida. Creo que con esas armas tenemos la capacidad de evitar errores, de relacionarnos razonablemente bien con el mundo y de labrarnos en él una buena vida. Creo, también, que podemos hacer las cosas bien o mal y que, por tanto, tenemos la responsabilidad e empujar para que las cosas fluyan en la dirección más conveniente. Tal es mi declaración de principios y la plataforma desde la que me dirigiré a mis potenciales lectores.

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