lunes, 30 de marzo de 2015

GREDOS ON THE ROCKS




El menda, subiendo a  La Mira y certificando que no se inventó la crónica

En la crónica de este domingo no puedo contaros ningún desastre: que Ángel se perdiera (claro: esta vez no estaba), o que José Luis se fuera ladera abajo (igual de explicable, porque tampoco estaba). Ningún percance para pintar con algo de rojo-sangre el blanco y el gris-negro de la nieve y las rocas. Pero no hacía falta más color para que fuera un día memorable, porque los cortados y escarpes de Gredos no necesitan muchos matices para predicar la fuerza y el espectáculo de la naturaleza en pleno esplendor.







Allí teníamos que subir

Yo no me fío de las intenciones de Juanjo. La caminata hasta la cumbre de la Mira fue de aúpa. La había preparado para hacer daño, aunque en esta ocasión no se le logró que cayeran chuzos de punta, como las otras veces. El sol le hizo burla por nosotros. 


La cumbre, con el mar de la submeseta sur al fondo

La cumbre, magnífica, con la vista de Los Galayos, la más lejana de El Morezón y El Almanzor, y hacia el sur, muy al fondo, como si fuera el mar, toda la extensión de la submeseta meridional, algo nebulosa por la profundidad y las enormes distancias.

Los Galayos, desde la cumbre
Pero Juanjo se salió con la suya en una cosa: si se trataba de cansarnos, nos cansó. Hicimos muy ligeros y alegres toda la subida, sin recordar que casi todo lo que sube tiene que bajar. Y las bajadas las carga el diablo: Soraya y alguien más (no recuerdo bien quién) se pusieron de pilotos y nos llevaron por la calle de la amargura, quiero decir monte a través por todo tipo de trampas. En una de ellas, (una placa de nieve que parecía sólida a la orilla de un arroyo), Juanjo metió la pata hasta el zancajo. Lo tenía bien merecido, por sus malas ideas. Todos lo celebramos y nos descojonamos a sus espaldas. 

Llegamos a La Plataforma, donde habíamos dejado los coches, con la reserva, aunque algunos lo querían disimular estirando músculos y haciendo flexiones  y otras indecencias por el estilo, como si estuvieran dispuestos a comerse cualquier otra cima que se les pusiera por delante. Luego, jodidos pero contentos, nos recompensamos con unas buenas birras. 


En fin, con estos entrenamientos, el recorrio por los Anapurnas (ya quedan menos de tres semanas) nos va a parecer de lo más liviano. Pero, ay, allí nos faltará el chupito de aguardiente de Rafa, así que no tendremos más remedio que consolarnos con el espectáculo de la naturaleza. No se puede tener todo. 



Sol y nieve


domingo, 15 de marzo de 2015

CAMINANDO ENTRE LA NADA



  

Domingo montañero y blanco desde el puerto de San Glorio. Como siempre, me dejé algo en casa; esta vez los bastones. Menos mal que un alma caritativa me dejó uno. Hacía falta, con el hielo traicionero bajo la capa de nieve superficial. La idea era subir al Coriscao, uno de esos deslumbrantes miradores de Picos de Europa. En cuanto vimos el panorama, empezamos a dudar de que pudiéramos cumplir nuestro propósito, pero… ¿quién dijo miedo? ¿Quién iba a ser el primer rajao? Así que empezamos amancillar el manto blanco, blanquísimo, todavía con una cierta perspectiva de los montes cercanos, aunque cada vez estaba más claro (o más oscuro) que ver, lo que se dice ver, íbamos a ver poco. 


Aquí todavía se veía


Y aquí también. Luego, cada vez más ciegos

Muy pronto, la nieve empezó a confundirse con el cielo. Blanco sobre blanco: un aire lechoso amalgamado con el suelo. Tal vez todo era caspa de ángeles. Debe de haber un infinito número de ellos. Era como caminar en la nada. Sin referencias. Así llegamos a un punto donde el sentido de la gravedad y la percepción de las pisadas nos indicaban que estábamos faldeando la ladera de un cabezo con muchos grados de inclinación. Y hasta allí llegamos. Sólo algunos llevaban crampones y éramos incapaces de dar un paso. Empezamos a resbalar 
en la nada inclinada. Sólo la falta de visión nos protegía del vértigo, y entonces… un grito empezó a perderse hacia abajo, y con él un tal José Luis. Supongo que no rodó, porque entonces habríamos recuperado una bola de nieve y emergiendo de ella un par de brazos y piernas de apariencia humana. Pero no; apareció entero. Hubo que subirle, pero llegó sin daño. Uno no se mata estrellándose contra la nada. Aunque tal vez quien subió fue su fantasma.

            La vuelta  también tuvo su aquel, porque llegó un momento en el que el paisaje no alcanzaba más allá los propios pies, que iban creando el mundo a medida que se movían. El problema fue seguir las huellas que habíamos dejado a la subida, porque en un blanco sin sombras no hay matices. Así que dejamos a los sabuesos delante, que, con algún breve momento de duda, nos llevaron de vuelta al mundo real.
En fin, una gozada que yo les he contado con mi acendrada tendencia al onirismo. Hay que dar un poco de color al asunto. Hasta la nada tiene alicientes cuando se explora en tan buena compañía.

Hasta la próxima, amigos. Nos veremos en Gredos dentro de dos semanas. De nuevo ante lo inesperado. Al menos se lo contaré como si lo fuera.