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En una entrega anterior (“Viva los antisistema”) trataba sobe el papel profiláctico de un movimiento ciudadano como Podemos y planteaba el problema de su relación con los partidos políticos progresistas con los que se encuentra en la esfera de la representación política.
La fuerza del fenómeno Podemos radica en que se ha convertido en el canalizador (y catalizador)
del cabreo ciudadano por las malas prácticas y el acomodamiento de los partidos políticos que vienen detentando
la representación ciudadana y por los abusos de un sistema económico
tardocapitalista que se sirve de quienes deberían ser servidores públicos, que persigue
la acumulación de dinero en vez del bienestar de los seres humanos y que
esquilma el medio en el que vivimos hasta el punto de hacerlo insostenible y abocarnos
a una catástrofe general.
Esta función de revulsivo social es tan necesaria y tan
urgente que por sí sola justifica al movimiento Podemos, pero más allá de la acción terapéutica se extiende, por
ahora, un territorio desconocido y, me temo, demasiado incierto y resbaladizo.
Creo que los promotores de Podemos son de algún modo conscientes del problema cuando se
definen, no como un partido, sino como un movimiento. Lo cierto es que esa es
su fortaleza. Pero, en la medida en que emulen a un partido, aunque no se definan
como tal, pueden aparecer sus debilidades.
El
movimiento ha nacido de un magma de indignación ciudadana, la misma que tuvo un
primer brote en la toma de las calles del 15-M.
Un magma del que participan gentes que comparten una sensibilidad
mayoritariamente progresista, pero que, al margen del hartazgo por la
corrupción y por el enclaustramiento de la clase política, pueden tener
diferentes puntos de vista sobre los problemas concretos que ocupan la política
diaria, e incluso diferentes ideales de sociedad y modelos económicos. Entonces,
es razonable traducir la propuesta de regeneración democrática en un programa
con el que entrar en liza, coyunturalmente,
en el campo político, pero, más allá de esta tarea de limpieza que une a sus
simpatizantes, surgen muchas dudas sobre la oportunidad de concurrir como una
formación política estable con vocación
de permanencia y un programa global, en el mismo plano y en competencia con los
partidos políticos. Los Círculos a
partir de los cuales se organiza Podemos
se podrían convertir en un guirigay ideológico ingobernable, un recogedor de
ocurrencias y causas marginales o exóticas en el que muchos simpatizantes del
movimiento no se sentirían nada cómodos.
Podemos
se beneficia ahora del viento favorable de la indignación ciudadana. El aire
nuevo tiene la virtud de movilizar a algunos de esos ciudadanos desencantados y
de la desafección general hacia los partidos, que pagan casi por igual,
injustamente, el desprestigio colectivo de la clase política. De hecho, muchos de los postulados y demandas del
movimiento han sido enarbolados también tradicionalmente por partidos minoritarios,
principalmente progresistas, aunque han sido ignorados y asfixiados por la
fuerza de los mayoritarios. Sin duda, los partidos progresistas necesitan
liberarse de la cápsula en que se ha encerrado la clase política, pero también
es cierto que durante mucho tiempo sus propuestas de regeneración no han
encontrado eco en los ciudadanos adormecidos por el falso bienestar. Ahora,
esos ciudadanos despiertan y tratan de hacerse oír, y lo hacen con la
irreverencia y la indignación propias de quienes se sienten manipulados y
engañados, pero no tienen un proyecto global y común de sociedad, y la
unanimidad de la indignación no puede desplazar a la diversidad de opciones políticas.
Podemos canaliza parte de esa marea
ciudadana y cumpliría un gran servicio si contribuyera a sumar y amplificar las
voces apagadas de los partidos más cercanos a la sensibilidad de sus seguidores
(algo como lo que están haciendo ya las plataformas “Ganemos” de cara a las elecciones municipales y autonómicas de
2015); pero si, aprovechando esta oportunidad favorable, los vampiriza, en vez
de revitalizarlos, espolearlos y catapultarlos, puede terminar arruinando del
todo la débil estructura social que aspira a construir un mundo más humano, con
el riesgo de que el propio movimiento pierda su fuerza como altavoz ciudadano,
y de que el huracán que ahora sopla se disuelva dejando un territorio arrasado,
un campo yermo, sin defensa frente a los infames intereses del tardocapitalismo
rampante.
En
definitiva, el acierto y el éxito de Podemos
reside en la voluntad de situar de nuevo a los ciudadanos en la esfera política.
Como dije en un artículo anterior, puede ser la punta de lanza de todos esos
ciudadanos que quieren ejercer de tales, miembros de una sociedad madura que no
se resignan a hipotecar su alma cada cuatro años y que quieren intervenir
activamente en el espacio público. Podemos
está jugando un papel catártico muy necesario, y para ello tal vez sea saludable,
puntualmente, su irrupción estratégica en las instituciones políticas (como,
según he dicho, están haciendo las plataformas electorales Ganemos en diferentes ciudades). Pero la cuestión es qué hará
además y después de limpiar los establos de Augías. ¿Debería desaparecer sin
más? ¿Debería abandonar su presencia directa en los órganos políticos,
manteniéndose como organización ciudadana crítica y exigente que vela por la
limpieza democrática, o seguir cumpliendo esa particular labor desde dentro de
las instituciones representativas, como movimiento-partido? Son bifurcaciones
evidentes que se abren en su inmediato futuro, incertidumbres que deberá
resolver, pero creo que se equivocaría si se convirtiera en otro partido
político. Otro más. Me temo que no
tardaría ni una legislatura en perder su aura, y su contribución neta podría
ser hasta negativa.