Amigos, reproduzco aquí el último artículo de opinión publicado en mi blog "Crónicas desde el Titánic", del diario digital "Último Cero", con el título "Podemos, ¿aglutinante o disolvente?".
(http://ultimocero.com/opinion/cronicas-desde-el-titanic/)
PODEMOS:
¿AGLUTINANTE O DISOLVENTE?
Desde
un observatorio de izquierdas, los meses transcurridos desde las elecciones de
diciembre me sugieren algunas reflexiones de cara a la nueva consulta electoral de junio, que tal vez se haya celebrado ya cuando este artículo llegue a los
lectores.
Penábamos
antes por los males de un bipartidismo que se turnaba en el poder al amparo de
la ley D’Hondt. La sociedad española era más plural que el parlamento bipolar
(con asientos menores para algunos grupos territoriales), y el descontento
generado por la distancia entre la calle y la cámara había alcanzado un nivel
de saturación. El 15-M estalló un grito de protesta (“Que no nos representan,
que no…”) que exigía superar el duopolio, regenerar la democracia y terminar
con unas políticas que estaban ampliando insoportablemente la brecha social,
con los privilegios a un lado y las cargas al otro.
Así, a rebufo del hartazgo popular,
a derecha y a izquierda del espectro político nacieron dos nuevos grupos,
Podemos y Ciudadanos, que prometían renovar el aire malsano. Lo nuevo frente a
lo viejo.
No
me detendré en el caso de Ciudadanos, un partido que desde su Cataluña natal
dio el salto al escenario nacional como una alternativa a un Partido Popular
viejuno y podrido por la corrupción (aunque sus propuestas económicas –las de
Ciudadanos– apenas se distancian de las mismas recetas neoliberales y de esa
“revolución de los ricos” a la que ha servido el Partido Popular y que tantos
destrozos han producido en el estado social). Desde una sensibilidad de
izquierdas, me fijaré más en el fenómeno Podemos, el partido que empezó como un
movimiento que trataba de aprovechar la energía generada en el 15-M. En su momento, me pareció interesante: una
herramienta permanente de participación de la sociedad en la política, más allá
del ritual periódico de la votación y un instrumento de presión de la sociedad
sobre los representantes políticos, advirtiéndoles de que ya no podrían seguir actuando
impunemente a su antojo. Pero también expresé mis reticencias acerca de que los
líderes del movimiento cedieran a la tentación de convertirlo en un partido
político. Hoy ya no sé si era sólo una tentación o, si ya desde el principio
fue una intención.
Tentación
sobrevenida o intención, el caso es que Podemos se convirtió en un partido
político. Mi reticencia era doble.
Por
una parte estaba el empeño inicial por no definirse de izquierdas en aras de la
“transversalidad”. Esto podía tener sentido coyunturalmente para llevar a cabo
la regeneración democrática exigida de manera urgente y prioritaria por el
clamor ciudadano. Pero se impuso la idea de un partido político de más amplio
alcance y de vocación permanente. El problema, que ya entonces planteé, era, y
es, que, más allá de aprovechar el trampolín que les brindaba la exigencia
social de regeneración (y más allá de un batiburrillo de propuestas más o menos
progresistas, que a veces parecen ocurrencias) no se apreciaba una ideología
consistente, un modelo y un proyecto de sociedad, que cabe exigir a todos los
partidos (para algunos, el proyecto es la defensa de intereses).
Además,
en la práctica, a despecho de la transversalidad que invocaban, desde el
principio se apreció la aspiración mal disimulada de acaparar todo el espacio
electoral de la izquierda. A priori, esta aspiración no tendría por qué ser
criticable, puesto que uno de los lastres históricos de la izquierda ha sido su
fragmentación, frente al bloque mucho más sólido de la derecha. Pero sin el modelo
global de sociedad todo el proyecto se convertía más bien en un asalto al
poder, o “a los cielos”, como ellos mismos lo enunciaron. Y temía que su crecimiento
se basara en la vampirización o en la asfixia de los otros partidos de
izquierdas. Los partidos clásicos de la izquierda necesitaban, y necesitan, una
regeneración, pero no creo que para acceder al poder político deban renunciar ni
a su diversidad ni a sus señas de identidad, aunque sí deban vencer su
inveterada incapacidad para coaligarse, buscando los puntos de encuentro.
Pero,
entonces, alguien puede pensar: ¿Y no podría ser precisamente Podemos el factor
aglutinante?
¿Aglutinante o disolvente?
¿Qué es realmente Podemos? He aquí el dilema. Lo primero,
justificaría su éxito; lo segundo merecería el reproche social. Más pronto que
tarde, terminaría pasándoles factura y sería un desastre para toda la izquierda,
que quedaría desarbolada por mucho tiempo.
A
mí, algunos signos me resultan preocupantes: la escasa o nula empatía
demostrada hacia los otros partidos de la izquierda, a los que parece querer
fagocitar (y presiento que, una vez deglutidos, Izquierda Unida y Equo se van
progresivamente invisibilizando, como conejos a medio digerir en el estómago de
una serpiente); el travestismo; las diversas caras que han ido mostrando
algunos de sus líderes; la ambigüedad calculada entre la transversalidad, el
izquierdismo (que no se sabe por qué tratan de disimular) y, ya puestos, la
socialdemocracia; o ese oxímoron denominado “patriotismo (¿?) plurinacional”;
en fin, el afán por acaparar todo el espacio (electoral) de la izquierda (pese
a la proclamada transversalidad) a base de difuminar la ideología y la fuerte impresión
de que para asaltar el poder no importan los medios ni las víctimas.
Pero
mis temores podrían ser infundados. Quizás lo que parecen meras tácticas sea la
estrategia más eficaz para limpiar el barrizal político y aglutinar a las
fuerzas que aspiran a construir una sociedad más sana, equilibrada y justa. Pero,
si tal fuera el caso, Podemos no debería ser, como parece, un proyecto
elitista, de alquimistas aprendices de brujo, una operación de diseño fraguada
en las probetas de los laboratorios políticos universitarios, disimulada tras
los “círculos” ciudadanos. Al contrario, uno esperaría completa diafanidad y un
comportamiento mucho más noble con sus potenciales socios.
Reconozco
que no acabo de verlo claro y que no es esto lo que esperaba para regenerar la
política y renovar la izquierda (me parece mucho más democrática la fórmula de
las “mareas” surgidas en algunas ciudades). Pruebo el cóctel; algunos
ingredientes huelen bien, pero el conjunto me parece mal emulsionado, me deja
un regusto raro y me marea. Y siento que para hacer la mezcla no han dejado
reservas en las botellas. Si el combinado fracasa, me temo que costará mucho
tiempo y esfuerzo volver a llenar las bodegas de la izquierda. ¿Qué puede hacer
ahora alguien como yo? Miro a la izquierda y me siento huérfano ¿Me entrego a
ciegas al nuevo proyecto que ha ocupado su espacio y que me parece tan dudoso?
¿Tengo razón para desconfiar o soy demasiado suspicaz? ¿Es Podemos aglutinante
o disolvente?