domingo, 15 de febrero de 2015

ANDAD, ANDAD, MALDITOS



 Domingo de marcha, preparando montaña por las llanuras vallisoletanas. Todavía queda  campo fuera de la ciudad, y muy hermoso. Suficiente para pegarse una jartá de andar. El Canal del Duero, la acequia de Laguna y una travesía errática por el pinar de Antequera (qué vale el vagabundeo de los israelitas por el desierto de Sinaí) dan  para mucho ¿tal vez 24 kilómetros? Más de veinte, seguro. Juanjo,  nos engañaste bien, bandido. “Son 15 kilómetros de nada” (“doce”, dijiste a no sé quién). Y el bicho quería dar todavía otro rodeo antes de volver, castigando a un grupo de inocentes paseantes más que talluditos. 

Pero conste que todos cumplimos como jabatos. Daba gusto cansarse entre los pinos y cruzase con tanta gente andando, corriendo y dando pedales. Lo reconozco, lo que es cansarnos, nos cansamos, pero todos disimulábamos como putas, con permiso de las putas. Exhibíamos la cara más radiante, pero, si uno se fijaba, alcanzaba a atisbar algún gesto furtivo que delataba el fraude, y luego algunas frasecitas que se dejaban caer: “Podríamos atajar por aquí”, o alguien que tiraba a matar: “¿Qué tal tus lumbares?”, le decía a uno, y a otro: “¿No te habías jodido una rodilla?” Y yo, que tengo una cadera de titanio y la otra chunga de cojones, pensaba: “Vaya peña. ¿Con estos carcamales voy a ir a Nepal?”  Y me respondo que sí: un lujo de tíos y tías (o de tías y tíos, para ser políticamente correcto). Además, no es para tanto, pero hay que echarle un poco de cuento. Todos disfrutamos y aguantamos como cabrones, y ahora, mientras reposo mis pobres huesos, estoy seguro de que, con tal de no mostrar debilidad, habríamos seguido andando mucho más allá, sin parar, como Forrest Gump, si hubiera sido necesario, hasta que se terminara el horizonte. Así que, amigos, cuando llegue el momento, nadie nos parará ni evitará que echemos el bofe con clase y a mucha honra por las faldas del Anapurna. Por cierto, ¿qué tendrá el Anapurna debajo de las faldas? Lo digo por alguno que tenía la mirada lasciva. No digo quién, por encizañar. Como Gila: “Alguien ha matado a alguien”.