Domingo montañero y blanco desde el puerto de San Glorio. Como siempre, me dejé algo en casa; esta vez los bastones. Menos mal que
un alma caritativa me dejó uno. Hacía falta, con el hielo traicionero bajo la
capa de nieve superficial. La idea era subir al Coriscao, uno de esos
deslumbrantes miradores de Picos de Europa. En cuanto vimos el panorama,
empezamos a dudar de que pudiéramos cumplir nuestro propósito, pero… ¿quién
dijo miedo? ¿Quién iba a ser el primer rajao? Así que empezamos amancillar el
manto blanco, blanquísimo, todavía con una cierta perspectiva de los montes
cercanos, aunque cada vez estaba más claro (o más oscuro) que ver, lo que se
dice ver, íbamos a ver poco.
Aquí todavía se veía
Y aquí también. Luego, cada vez más ciegos
Muy pronto, la nieve empezó a confundirse con el
cielo. Blanco sobre blanco: un aire lechoso amalgamado con el suelo. Tal vez
todo era caspa de ángeles. Debe de haber un infinito número de ellos. Era como
caminar en la nada. Sin referencias. Así llegamos a un punto donde el sentido
de la gravedad y la percepción de las pisadas nos indicaban que estábamos
faldeando la ladera de un cabezo con muchos grados de inclinación. Y hasta allí llegamos. Sólo algunos llevaban
crampones y éramos incapaces de dar un paso. Empezamos a resbalar
en la nada
inclinada. Sólo la falta de visión nos protegía del vértigo, y entonces… un
grito empezó a perderse hacia abajo, y con él un tal José Luis. Supongo que no
rodó, porque entonces habríamos recuperado una bola de nieve y emergiendo de ella un par
de brazos y piernas de apariencia humana. Pero no; apareció entero. Hubo que
subirle, pero llegó sin daño. Uno no se mata estrellándose contra la nada. Aunque tal vez quien subió fue su fantasma.
La vuelta también
tuvo su aquel, porque llegó un momento en el que el paisaje no alcanzaba más
allá los propios pies, que iban creando el mundo a medida que se movían. El
problema fue seguir las huellas que habíamos dejado a la subida, porque en un
blanco sin sombras no hay matices. Así que dejamos a los sabuesos delante, que,
con algún breve momento de duda, nos llevaron de vuelta al mundo real.
En
fin, una gozada que yo les he contado con mi acendrada tendencia al onirismo.
Hay que dar un poco de color al asunto. Hasta la nada tiene alicientes cuando
se explora en tan buena compañía.
Hasta
la próxima, amigos. Nos veremos en Gredos dentro de dos semanas. De nuevo ante
lo inesperado. Al menos se lo contaré como si lo fuera.
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