En el anterior post ponía el foco
en lo que hasta ahora considerábamos normal, eso que hemos dejado atrás, aunque
sea por necesidad, al menos por algún tiempo. El balance que hacía era que, aun
valorando algunos importantes logros acumulados a lo largo de la historia, la
normalidad en la que vivíamos era un enorme disparate por sus desajustes y la
imposibilidad de asegurar la ilusión de crecimiento perpetuo sobre la que se
asentaba. Poner en ello nuestros planes de futuro sería empecinarnos en el
error. Más pronto que tarde, las costuras del sistema acabarían saltando por sus
propios desequilibrios, por un nuevo virus, por los problemas ambientales, o por
cualquier otro elemento de tensión que su estructura no pueda aguantar.
No podemos
asegurar que estemos en una crisis maltusiana, pero sí se dan todas las
condiciones para que se produzca. Basta una chispa para iniciar la reacción de
cadena. Podíamos creer que ya estábamos a salvo de ese tipo de catástrofes, y
tal vez las circunstancias actuales no respondan al canon clásico de Malthus (el
desencadenante era el incremento de la población muy por encima del crecimiento
de los recursos, en sociedades tradicionales en las que el crecimiento no
implicaba “progreso”). La población, pero también los recursos disponibles han
crecido como nunca desde la revolución industrial, alimentando la utopía del
crecimiento perpetuo que confundimos con el progreso. Pero hemos utilizado los
bienes de una despensa que estamos vaciando y que no podemos reponer, generando
al mismo tiempo otros desequilibrios que suman amenazas al conjunto del
sistema. Así que, aunque tenga perfiles propios, el peligro de una catástrofe
maltusiana (económica y social, con su arsenal de pandemias, desórdenes y
guerras) es cierto y cercano. Con una carga poblacional de 7.700 millones de
almas desprotegidas, la escabechina podría hacer época.
Es pura física.
El flujo de radiación del Sol hacia la Tierra, debido a que la energía tiende a
dispersarse hacia los estados menos energéticos (de mayor entropía), genera, en
una aparente contradicción, sistemas disipativos que acaparan temporalmente la
energía y se sirven de ella autoorganizándose (como un banco que retiene
durante unos días la salida de dinero para beneficiarse de su rendimiento). sistemas
puramente físico-químicos, como los remolinos en el agua, los flujos de aire, los
tornados o algunas reacciones autocatalíticas, y otros como las plantas
fotosintetizadoras, las abejas y su miel, los vistosos pavos reales y los
humanos con su aparatosa cola cultural, que configuran el gran superorganismo
de la Biosfera. La Biosfera, gracias al flujo constante de energía y a la
reposición de individuos (que terminan desorganizándose —muriendo y rindiendo
tributo a la entropía—), es un sistema estable (no quiero decir estático,
porque es evolutivo, sino resistente), en el que los organismos y grupos de
organismos han encontrado sus propios nichos energéticos en coadaptación con
todos los demás. El conjunto es un sistema metabólico muy eficiente, que apenas
deja desechos, porque los recicla. Pero el subsistema formado por la especie
humana lo ha descompensado, al explotar depósitos extra de energía acumulados
por la Tierra. El flujo metabólico ha aumentado y se ha acelerado tanto que la Biosfera
se desequilibra porque no lo puede procesar. Considerada como sistema de
acaparar energía y disiparla, nuestra especie se ha hecho demasiado eficiente
creando una grave enfermedad metabólica. En vez de la combustión lenta, ha provocado
una tormenta metabólica incontrolada. Algo así como una bomba termonuclear, en
vez de una reacción de fusión controlada, o como un tumor en el que las células
se multiplican sin control.
Es difícil
aceptar que nuestra normalidad sea algo tan anómalo, y son muchos los intereses
que empujan para volver a donde lo dejamos, es decir, a añadir más combustible
para que siga ardiendo la hoguera de las vanidades. Pero podemos albergar la
esperanza de que el toque de atención que hemos recibido haya despertado
algunas dudas sobre la capacidad de resistencia de nuestro mundo feliz y nos haya
hecho, al menos de momento, más sensibles a los avisos. Estaría bien aprovechar
esta breve ventana de sensibilidad y reflexionar sobre las alternativas. Si la
normalidad de la que venimos lleva un rumbo catastrófico, ¿a qué otra
normalidad podemos aspirar con un metabolismo social acorde con los recursos
disponibles y con los el equilibrio de la Biosfera?
Empezaré
diciendo que nadie puede ofrecer un ideal de futuro. Esperamos de nuestras
sociedades que nos doten de los instrumentos y creen un entorno propicio, un
jardín bien cuidado en el que puedan crecer sanas las plantas de nuestros propios
proyectos vitales (para “realizarnos”, como se decía antes), pero las utopías
finalistas están siempre equivocadas, porque los tiempos cambian y nunca tenemos
todas las claves ni la misma idea de felicidad. Somos nómadas del tiempo, y Machado
nos enseñó que se hace camino al andar. Ahora nos toca salir del camino
equivocado y empezar a desbrozar otro. Tampoco sabemos por qué tierras
transitará, pero sí conocemos algunas claves para que sea viable y pueda
conducirnos a parajes accesibles en los que tengamos oportunidades reales de construirnos
una vida buena.
¿Qué dirección
debería llevar el nuevo camino, y cómo debería ser el nuevo vehículo o el nuevo
barco para seguir adelante con más seguridad?
La situación
de partida no es la mejor, pero estamos donde estamos y eso no podemos evitarlo.
Decía hace poco Luis González Reyes (coautor de “En la Espiral de la energía”)
que somos como esos malos estudiantes que tienen que ponerse las pilas la noche
antes del examen, porque no la han hincado durante el curso. Tal vez sea capaz
de aprobar, pero no tendrá buena nota, y apenas sacará beneficio del empacho.
Pero no puede volver atrás, y solo le queda esa noche. Así que, amigos, aprovechemos
esta breve y agitada noche, porque, de no hacerlo, nos llevaremos un catastrófico
cate. Y enfatizo lo de catastrófico.
De manera que,
una vez llegados a este punto, no quedará más remedio que aplicar algunos
ajustes fuertes y hacer de la necesidad virtud. Veamos.
1.- La condición básica es acomodar
nuestro metabolismo (nuestra economía, la producción y el consumo) a la
capacidad de carga de biosfera, de modo que se asegure la disponibilidad futura
de los recursos sin dañar los equilibrios del ecosistema. La capacidad de carga
no es estática y depende en parte de las tecnologías (Hoy podemos obtener de
manera limpia y renovable energías y recursos que eran desconocidos o estaban
vedados a nuestros antepasados). Podemos aspirar a ampliar la capacidad de
carga en el futuro, pero nuestro problema inmediato es que ahora la hemos
superado con creces: No sólo la sobrepasamos, sino que además estamos
derrochando los ahorros almacenados por la Tierra a lo largo de su historia con
el efecto añadido de trastornar gravemente el ecosistema del que formamos parte.
Cada año se adelanta más la fecha en la que la Humanidad agota los recursos que
la Tierra puede generar en todo el año. En 2019 fue el 1 de agosto. En
conjunto, necesitaríamos 1,75 planetas como la Tierra para mantener el ritmo.
Pero si toda la Humanidad consumiera como los europeos, harían falta casi tres
Tierras, y hasta cuatro, si se generalizara el consumo per cápita de los
norteamericanos.
Así
pues, no se trata solo, como muchos creen, de sustituir las fuentes de energía
fósil por otras renovables para solucionar el problema y seguir con las mismas
formas de vida. Esto es lo que nos proponen ahora con el llamado Green New Deal,
una versión en verde del sistema vigente. Es evidente que hay que ir
abandonando los combustibles fósiles, porque tienen fecha de caducidad y para
no agravar el cambio climático y sus secuelas. Pero no bastaría con “descarbonizar”
el sistema; que el sol y el viento ya nos proveerán, desde ahora mismo, de lo
necesario para proseguir la ruta del crecimiento infinito. Perded toda
esperanza. No salen las cuentas: Por una parte, las energías renovables no
solucionan el problema de la sobreexplotación de los otros recursos que
alimentan nuestro modo de vida. Y, por otra, no pueden sustituir todo lo que
ahora obtenemos de los combustibles fósiles, ni en cantidad ni en una serie de
sectores muy exigentes energéticamente, como el transporte pesado por carretera,
el marítimo y aéreo.
2.- En consecuencia, habría que
apostar por una restricción energética a nivel mundial y organizar la vida
acomodándonos a ello. El modelo del Green New Deal propone una reducción
de emisiones contaminantes del 56% durante la próxima década para contener el
calentamiento global. (Dejémoslo ahí, aunque probablemente sería conveniente
una rebaja mayor, y luego habría que continuar aminorando las emisiones hasta
prescindir casi del todo de los combustibles fósiles, que se utilizarían
únicamente en casos muy específicos). Pero, como hemos dicho, las energías
renovables no podrían reemplazar, como propone el modelo, toda la pérdida.
Para hacernos una idea de las
dificultades, valgan estos datos (a nivel mundial):
—El 86% de la energía primaria
sigue siendo fósil, mientras la solar y eólica sólo aportan el 1,2% (el resto,
corresponde sobre todo a la hidráulica, la nuclear y testimonialmente a otras).
—Sólo el 14% de la energía
generada por esas fuentes primarias la consumimos en forma de electricidad (generada
en un 85,7% a partir de las fuentes fósiles y el resto, 14,3%, de renovables)
mientras el consumo no eléctrico se lleva la parte del león (transporte,
plásticos, asfaltos, etc.).
Es difícil
calcular cuánto podrían aportar para seguir atendiencdo las necesidades humanas
las energías eólica y solar, en las que ahora se depositan las esperanzas, dentro
de la capacidad de carga del planeta, teniendo en
cuenta, por ejemplo, los materiales para aerogeneradores, placas solares,
baterías, etc., la energía para su fabricación y el espacio disponible y
útil para las instalaciones. Pero en el mejor de los casos apenas llegarían a cubrir
la tercera parte del actual consumo energético mundial (véase, por ejemplo, http://www.eis.uva.es/energiasostenible/wp-content/uploads/2011/11/Global-wind-draft.pdf y https://content.csbs.utah.edu/~mli/Economics%207004/Castro%20et%20al-Global%20Solar%20Electric%20Potential.pdf.
Son estudios de hace unos años, pero siguen vigentes, con algunos retoques).
Es evidente
que la reducción del flujo energético acarreará también grandes restricciones
en el sistema de producción y transporte. Como dice David Klein, físico y
matemático en la California State University Northridge, tomando a su vez como
referencia a Richard Smith (en Green Capitalism: The God that Failed (Capitalismo
verde: el dios que fracasó),
“La escala del cambio necesario para
conseguir una civilización sostenible es asombrosa. La rápida reducción de las emisiones de gases de
efecto invernadero junto a la conservación de los recursos requiere que
reduzcamos radicalmente o cerremos grandes cantidades de centrales de energía,
minas, fábricas e industrias de procesamiento y otras en todo el mundo.
Significa reducir drásticamente o cerrar no sólo empresas de combustibles
fósiles, sino las industrias que dependen de ellos, incluyendo empresas de
automoción, aeronáuticas, aerolíneas, navieras, petroquímicas, de construcción,
del agronegocio, de madera, de celulosa y de papel, y de productos madereros,
operaciones de pesca industrial, ganadería industrial, producción de comida
basura, empresas de agua privadas, de embalaje y plástico, de productos
desechables de todo tipo y, sobre todo, las industrias bélicas.” (https://www.elsaltodiario.com/cambio-climatico/los-limites-de-la-energia-verde-bajo-el-capitalismo)
Así pues, se impone un cambio de
modo de vida, con una producción orientada, en primer lugar, a satisfacer las
necesidades humanas, pero que también sirva para mejorar la calidad de vida individual
y social en la medida en la que lo permita la capacidad de carga del planeta.
Ese margen presenta, de momento una gran incertidumbre.
De acuerdo con
la anterior cita, las necesarias restricciones en la energía y recursos significarán,
además, restricciones muy importantes en determinados sectores, como las
industrias extractivas y petroquímicas y otras que dependen en gran medida de
ellas, como la automoción, en particular el transporte pesado, que seguirá
dependiendo de los combustibles fósiles, embalajes de plástico, etc.).
3.- Debería producirse también
una desglobalización y relocalización, no solo para reducir el enorme derroche
energético que supone el tráfico generado por los irracionales procesos de
producción y comercialización, sino también por razones estratégicas, como se
ha puesto de manifiesto con motivo de las dificultades de abastecimiento de
material sanitario que se ha producido durante la pandemia Covid19. Esto no
significa una vuelta a la autarquía y a la vida tribal, pero parece importante
racionalizar lo que corresponde hacer en cada una de las escalas, global,
regional y local. Esta misma “desescalada” hacia lo local la exigen, por
razones ecosistémicas, la agroganadería industrial, gran consumidora de energía
y productos químicos contaminantes, muy dependiente del transporte y empobrecedora
de la biodiversidad. Tampoco en este caso se trata de volver a la agricultura
tradicional ni al autoabastecimiento; es posible una agricultura ecológica muy eficiente,
mejorada por los modernos conocimientos científicos.
4.- Si bien generaría más trabajo
en determinados sectores, como el agrícola o el de las energías renovables, el
descenso general de la producción se traduciría en una disminución del trabajo
total. Esto exigiría reorganizar todo el sistema laboral. Podría dar lugar a un
gigantesco incremento del paro (es lo que ocurriría en la lógica neoliberal), pero
también es una oportunidad para redistribuir el trabajo y aumentar el ocio, que
es una vieja aspiración incluso del capitalismo clásico.
5.- Aunque el sistema neoliberal
lo invade y contamina hoy todo, durante algunas décadas del siglo XX se
consiguieron algunas importantes conquistas sociales. Las restricciones
económicas no deberían afectar a bienes comunes que constituyen el Estado del
Bienestar instaurado en algunos países, como la sanidad pública, (que ha sido
nuestra gran defensa para hacer frente a la pandemia del coronavirus), la
educación pública y los otros instrumentos de protección social (seguro de
desempleo, sistema público de pensiones, etc.), así como la red de generación
de conocimientos que llamamos ciencia.
Cualquier futuro viable requiere un
cambio de paradigma y de valores; otra forma de vivir, de pensar y de
organizarnos; la apuesta por un entorno más seguro, más sano, más saludable,
más amable y amistoso, más equilibrado. Puede que entonces sí salgan las
cuentas para organizarnos razonablemente bien la vida. Y tal vez algún día,
gracias a mejores conocimientos y técnicas sepamos cómo ensanchar la capacidad
de carga del planeta, lo que la Tierra puede ofrecernos generosamente sin poner
en peligro los equilibrios de la Biosfera, configurados a lo largo de miles de millones
de años.
El futuro no
está escrito. Bien o mal, individual y socialmente, lo escribimos nosotros,
aunque no todos tenemos las mismas oportunidades ni la misma responsabilidad para
hacerlo (y algunos ni siquiera tienen oportunidades). El poder real está muy
mal distribuido; hay intereses que pesan mucho más que otros. Pero eso no nos
exime a los ciudadanos de nuestra cuota de responsabilidad, imaginándolo, o
promoviendo las ideas, o como activistas. Que lo que proponemos salga adelante
ya no depende solo de nosotros, aunque aspiramos a que una buena gobernanza ordene
los intereses al servicio del bien común.
Termino. Ahora
que está de moda lo de la “desescalada” desde el confinamiento pandémico, se
puede decir que también hay que hacer una desescalada de mayor envergadura
hacia un nuevo marco social, de valores y de relación con la naturaleza, pero
no podemos engañarnos: la tarea es tan enorme y exige tanta virtud colectiva
que es normal torcer el gesto. Al margen de la resistencia de los intereses
creados, todavía no existe la necesaria conciencia social y política, ni, por
tanto, la decisión para llevarlo a cabo. Incluso si existiera, está el problema
de cómo se le pone el cascabel al gato, cómo hacer la transición, cómo bajarnos
en marcha de un vehículo que corre a toda velocidad, o cambiar de casa sin
quedarnos a la intemperie. Es evidente que no se puede abandonar de repente
todo el sistema económico, porque eso sería, en sí mismo, una catástrofe: como
si navegáramos en un gran trasatlántico, con una enorme inercia, a punto de
chocar con el iceberg y, para evitarlo, nos tiráramos al océano sin botes ni salvavidas. Este es un problema con perfiles propios, que merece ser
tratado aparte. Me ocuparé de ello en una próxima entrega.
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