Algunos amigos me llaman para
decirme que en estos días se acuerdan de mi libro La próxima Edad Media.
Yo les digo que lo de ahora no es nada comparado con lo que sucedería en una
auténtica Edad Media, pero que contiene elementos para imaginar algunas de las
cosas que sucederían y, sobre todo, para repensar los fundamentos tóxicos de
nuestro modo de civilización.
La expansión
del patógeno coronado que ahora nos asusta tendrá sin duda un alto coste social
y económico, pero no teman, terminará controlándose… aunque debería servirnos
para a revisar los insalubres fundamentos sobre los que se sustenta nuestra
vida civilizada.
Los grandes
avances técnicos y científicos nos han hecho creer que estamos ya por encima de de la naturaleza; que podemos agredirla, estrujarla y zarandearla sin que responda; que nuestra rutilante
civilización está ya inmunizada frente a las grandes catástrofes y calamidades;
que puede tener altibajos y resentirse, pero no arruinarse. La actual pandemia
ha sembrado la incertidumbre en el Mar de la Tranquilidad neoliberal. El
pequeño virus nos ha sacado del ensueño para poner evidencia lo vulnerables que
somos y una población temerosa recupera miedos atávicos. El sol y el cielo son
los de siempre, pero salimos a la calle y la atmósfera nos parece ominosa, electrificada
de amenazas a punto de descargar.
Descubrimos
que somos muy frágiles, y deberíamos percibir también lo frágil que es esa
prótesis que llamamos civilización. “Ya no somos salvajes; somos civilizados”.
Ah, pero estos estos días vemos hordas de civilizados traspasando la frontera
de la barbarie y saqueando supermercados. La piel de la civilización nos
protege de nuestros instintos más peligrosos, de nuestro bárbaro interior…, igual
que la piel de nuestro cuerpo nos defiende de las agresiones externas, pero es
también muy delgada. Si en estas circunstancias, sin un problema real de
desabastecimiento, nos comportamos así, ¿imaginan lo que sucedería si
algún día llegara a cortarse de verdad el abastecimiento a las ciudades? No es
una hipótesis descabellada; podría suceder: muchos de los recursos que
alimentan nuestra tóxica forma de vida no son renovables y llegaríamos al
colapso si no cambiamos el modelo. Entonces, ¿cuánto tardaríamos en
convertirnos en lobos de Hobbes?
Si queremos
que la piel de la civilización nos siga protegiendo (no me refiero a esta piel
enferma, sino al conjunto de conocimientos y habilidades positivos que nuestra
especie ha ido adquiriendo a lo largo del tiempo para lidiar mejor con el
azar), deberíamos aprender de las actuales circunstancias para
hacer algunas reformas. Las medidas excepcionales que se están adoptando para
minimizar la crisis sanitaria habrían sido impensables hace unos pocos meses.
Esto demuestra que, si una sociedad entera se lo propusiera también podría
afrontar su problema existencial de sostenibilidad. Cuando para afrontar un problema de salud se está parando la
maquinaria productiva hasta el punto que lo ha hecho, con un coste económico
que antes habría parecido inasumible, ¿no podríamos ser también capaces de
adaptarla a una forma de vida más humana y más acorde con los recursos
disponibles? No son dos asuntos diferentes: deberíamos hacerlo si queremos
evitar la verdadera Edad Media, que algunos han evocado estos días.
La actual
crisis ha puesto de manifiesto que solo actuando como sociedad podemos resolver
los grandes problemas. Por unos días, las políticas de interés social parecen imponerse a los dogmas y a la mano invisible del mercado, y nos
damos cuenta de la importancia de contar con esos medios colectivos que el
neoliberalismo se empeña denodadamente en erosionar porque le restan unos bocados de negocio. Si actuáramos como seres racionales, deberíamos salir de
esta crisis con una sociedad reforzada frente a los piratas, frente a la
infección del mortífero virus neoliberal.
No es este el
lugar de explicar que la única solución para sanear el organismo colectivo y
hacer un mundo viable pasa por una economía decrecentista, al servicio de las
necesidades humanas universales y a la escala y en la medida que lo permitan
los recursos disponibles. Es evidente que esto requiere una transformación de
tal envergadura que no puede hacerse sin una confabulación universal de las
voluntades. ¡Una utopía!, pero por una vez, sin que sirva de precedente, haré
un esfuerzo de voluntarismo para apearme de mi natural escéptico: lo que vemos
estos días demuestra que lo imposible es posible; pero, repito,
deberíamos actuar, ay, como seres racionales. En fin, ojalá que la actual crisis sirviera para espabilarnos y que nos atreviéramos a adoptar, como ahora para combatir el virus, las medidas necesarias para organizar nuestra vida civilizada sobre una base más firme y más humana. Pero ya una vez se dijo eso de refundar el capitalismo. ¿Racionalidad? Me temo que una vez pasada la tormenta, volveremos a desterrar lo que pudo ser al reino de Utopía.
Totalmente de acuerdo hermano, muy oportuno y muy bien expresado. Gracias
ResponderEliminarSabia reflexion
ResponderEliminarTengo dudas razonables si no es un hecho fortuito.
ResponderEliminarTengo dudas razonables si no es un hecho fortuito.
ResponderEliminar¿A qué te refieres? ¿A que lo que está pasando ha sido provocado o una respuesta de la naturaleza a nuestras malas prácticas?
EliminarJosé David las anteriores epidemias y pandemias, así como las guerras, algunas no muy lejanas en tiempo con un importante número de muertos no parece que sirvieran para cambiar la mentalidad de la gente... es el sino de la humanidad
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