(Ilustración
de Eneko en 20 Minutos)
El
dinero y los intereses son oportunistas. Se acomodan fácilmente al marco de la
globalización (es su medio natural, sin controles) y se aprovechan de ella para
hacer su revolución neoliberal, sin complejos (al mismo tiempo atizan los
sentimientos y movimientos xenófobos: su paraíso no es para todos y tiene
reservado el derecho de admisión), pero la izquierda política, que debe
defender ideales y principios, está demasiado despistada en este escenario. No faltan
intelectuales atentos cuyos análisis podrían servirle de orientación; pero no los
escucha y sigue anclada en viejos y apolillados clichés, sin capacidad de
entusiasmar.
Es
en ese vacío en el que se explica el auge de Podemos; La gente que añora un
mundo diferente está deseosa de engancharse a nuevas ofertas. Pero no es una
tarea para aprendices de brujo. No basta con un proyecto a la contra (es muy
fácil ser crítico con el statu quo);
ni el manejo hábil de las nuevas herramientas de propaganda para intentar
captar a todos los desengañados, cabreados y marginados; ni medidas de aluvión
improvisadas sobre la marcha, rebañando la salsa de todos los platos. Todo eso
puede rendir un éxito momentáneo, pero es una burbuja insustancial que termina
por explotar.
No sé quiénes conseguirán fertilizar
este espacio yermo y dar forma al ideal de un mundo más humano cuando es más
necesario que nunca, en este nuevo tiempo en el que ya están globalizados los
intereses, los conflictos y los problemas, en el que chocan conflictivamente
todas las placas tectónicas y afloran todos los desequilibrios, en especial los
generados por un sistema económico y productivo radicalmente inicuo,
incompatible con la preservación del ecosistema global, que vomita masas de
expatriados que no encuentran una Tierra Prometida. Para hacer frente a semejante
leviatán no bastan los parches y las políticas compasivas. Lo que sobre todo se
necesita es un programa positivo y
consistente, atento, como se decía antes, a los signos de los tiempos, un nuevo
modelo económico, productivo y de reparto del trabajo y de los beneficios
respetuoso con el entorno y capaz de ofrecer una vida honorable y oportunidades
de desarrollo personal al conjunto de los seres humanos. Y una nueva ética a la
altura de los nuevos retos. Este es el verdadero campo de juego global, al que
deben adaptarse también las políticas locales.
Estoy hablando, por supuesto, de
utopía. La izquierda no es nada si no es
utópica. No digo “ingenua”, sino utópica. La utopía está siempre lejos, en el
horizonte, pero es el faro que debe guiar el rumbo. Lo diré de otro modo: ahora
está de moda hablar de relato; un proyecto consistente necesita un relato. Pero
los actores políticos están demasiado enfrascados en pequeñas cuitas. La izquierda
política ofrece hoy mensajes fragmentados e inconexos al gusto de cada cual, de
cada colectivo agraviado, pero carece de un relato.
Aterrizo: Podemos ha hecho una llamada a todos los huérfanos del
sistema dispuestos a seguir a quien les ofrezca esperanza; pero le sigue
faltando un auténtico relato; le sobran gestos y poses optimistas y le falta utopía,
y ojalá me equivoque, pero puede terminar produciendo un nuevo desencanto (ya
ha empezado a hacerlo: no busquen escusas para los votos perdidos en las
últimas elecciones); temo que, al final, el experimento se les vaya de las
manos y, tras demoler la vieja casona de la izquierda, los inquilinos se queden
a la intemperie, más huérfanos que antes. Pero entonces uno mira alarmado
alrededor y se pregunta: ¿dónde están los sabios, los auténticos brujos?
(CONTINUARÁ…)
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