El menda, subiendo a La Mira y certificando que no se inventó la crónica |
En la crónica de este
domingo no puedo contaros ningún desastre: que Ángel se perdiera (claro: esta vez no
estaba), o que José Luis se fuera ladera abajo (igual de explicable, porque
tampoco estaba). Ningún percance para pintar con algo de rojo-sangre el blanco y el gris-negro de la nieve y las rocas. Pero no hacía falta más color para que fuera un día
memorable, porque los cortados y escarpes de Gredos no necesitan muchos matices
para predicar la fuerza y el espectáculo de la naturaleza en pleno esplendor.
Allí teníamos que subir
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Yo no me fío de las intenciones de Juanjo. La caminata hasta la cumbre de la Mira fue de aúpa. La había preparado para hacer daño, aunque en esta ocasión no se le logró que cayeran chuzos de punta, como las otras veces. El sol le hizo burla por nosotros.
La cumbre, con el mar de la submeseta sur al fondo |
Los Galayos, desde la cumbre |
Pero Juanjo se salió con la suya en una cosa: si se trataba de cansarnos, nos cansó. Hicimos muy ligeros y alegres toda la subida, sin recordar que casi todo lo que sube tiene que bajar. Y las bajadas las carga el diablo: Soraya y alguien más (no recuerdo bien quién) se pusieron de pilotos y nos llevaron por la calle de la amargura, quiero decir monte a través por todo tipo de trampas. En una de ellas, (una placa de nieve que parecía sólida a la orilla de un arroyo), Juanjo metió la pata hasta el zancajo. Lo tenía bien merecido, por sus malas ideas. Todos lo celebramos y nos descojonamos a sus espaldas.
Llegamos
a La Plataforma, donde habíamos dejado los coches, con la reserva, aunque
algunos lo querían disimular estirando músculos y haciendo flexiones y otras
indecencias por el estilo, como si estuvieran dispuestos a comerse cualquier
otra cima que se les pusiera por delante. Luego, jodidos pero contentos, nos
recompensamos con unas buenas birras.
En
fin, con estos entrenamientos, el recorrio por los Anapurnas (ya quedan menos
de tres semanas) nos va a parecer de lo más liviano. Pero, ay, allí nos faltará
el chupito de aguardiente de Rafa, así que no tendremos más remedio que
consolarnos con el espectáculo de la naturaleza. No se puede tener todo.
Sol y nieve |
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